Uno a uno: conócenos. Ana.

Voy a hablar un poco de cada uno de nosotros, para que nos conozcáis y sepáis cómo somos.
Y podréis pensar "ya, qué va a contar una madre sobre sus hijos o sobre su marido, si todo lo ve bueno". Pues sí, es verdad, las madres y los padres vemos muchas cosas buenas en nuestros hijos, pero somos las personas que mejor los conocemos. Sabemos cuáles son sus puntos fuertes y en qué cosas debemos ayudarles más. Y lo mismo pasa con nuestros maridos o esposas.
Si eres madre o padre seguro que me entiendes...

Empezaré hablando de mi, la mamá, la mujer, como queráis llamarme.
Soy Ana, tengo 38 años y nací en Bilbao. Mis padres, José y Ana, son andaluces (gaditanos los dos) y, para mí, los mejores padres del mundo; de ellos he aprendido a querer, a ser buena persona y a no juzgar a nadie.
Fueron a trabajar a Bilbao justo después de casarse y querían tener muchos hijos. A los tres años de su unión nací yo, la mayor de tres hermanos. Cuando cumplí dos años, nos mudamos a Barcelona y aquí seguimos. Mis hermanos, Sara y Eduardo (mellizos), vinieron 7 años después de instalarnos en Barcelona.
Recuerdo mi infancia entre Andalucía y Catalunya muy feliz. Fui una niña activa, quería descubrir todo y me encantaba aprender. No sacaba las mejores notas de la clase, pero tenía un "feeling" muy especial con mis maestras y profesores, lo que me hizo estudiar, años después, Magisterio.
Me encantaban los niños, disfrutaba con cada sonrisa y caricia que me regalaban.
Después de estudiar Magisterio quería aprender más y seguí con Psicopedagogía. He de decir que no comparto algunas cosas que aprendí, pero esos estudios me hicieron una mejor persona y descubrí amistades que aún siguen conmigo.
El verano del 95, habiendo terminado mis dos carreras, decidí irme a Londres. Quería mejor mi nivel de inglés y conocer mundo.
Me topé con un chico cuatro años mayor que yo. Era inglés, no tenía la más mínima duda, pero al oír su nombre me quedé helada: Arnau. ¿Arnau? Él vio mi cara de asombro y enseguida nos pusimos a hablar. Estaba pasando el verano con su familia, nació y creció allí hasta los 16 años. Vivía en Girona, en una ciudad llamada Roses (preciosa).
De esa conversación al primer beso pasaron sólo unos minutos, no sé si llamarlo flechazo, casualidad o "estar en el sitio adecuado en el momento adecuado".
Fuimos novios durante 2 años, viajamos por muchos países, yo empecé a trabajar de maestra en el colegio que hice parvulario y él montó su negocio de arquitectura.

Decidimos casarnos, seguir en el mismo camino y decidir nuestro futuro en común. Fue una boda sencilla pero preciosa. Vinieron los más allegados, la gente que necesitábamos a nuestro lado. Compramos un piso pequeño pero acogedor.
Dos años más tarde, llegó Elisabet. Una niña preciosa, tranquila, siempre sonriente.
Yo dejé de trabajar para dedicarme a ella, a su educación, a sus necesidades. Todo. Fue la mejor decisión que podíamos haber tomado, de verdad.
Tres años después nació Marc. Es un niño despierto, le encanta aprender y siempre quiere más y más. Es más activo que su hermana mayor, pero es de lo más noble que he conocido.
Al nacer Marc vimos que el piso nos quedaría pequeño, así que Arnau diseñó la casa perfecta para nuestra familia. Sabíamos que tendríamos más hijos, así que tardamos meses en diseñarla pero valió la pena. Tenemos jardín, espacio para todos, mucho sol y, muy cerquita, más vegetación. Es perfecta.
En tres años vino Xavier, el más movido de los cuatro. Es nervio puro, no para en todo el día y le encanta estar en contacto con la naturaleza.
Marina es la pequeña de la casa, vino tres años después de Xavier (como podréis ver, esperamos 3 años entre hijo e hijo). Marina es un calco de Elisabet, parecen la misma niña: tranquilas, siempre sonriendo y muy atentas. Pero, como cada hijo, Marina es diferente a su hermana. Con 3 años nos ha pedido leer, le entusiasman las letras, los cuentos y cualquier fuente de conocimiento.
Pero ya os hablaré de cada uno con más detalle...